martes, 24 de marzo de 2009

Gominola roja

La pastilla roja ha pasado a ser una metáfora del despertar a la realidad desde que Neo tuvo que elegir entre una pastilla roja y otra azul. La azul le permitiría seguir viviendo en la realidad simulada de Matrix, mientras que la pastilla roja le haría despertar a la realidad y escapar de la manipulación a la que su mente había estado sometida hasta aquel momento.

Muchas de las distopías de la literatura y el cine cyberpunk intentan ser pastillas rojas que despierten la conciencia del público. Suelen ser historias muy crudas para hacer mostrar las miserias que la sociedad oculta mas allá de sus luces de colores y, debido a esta crudeza, no es fácil dirigir estas historias hacia un público infantil.

Sin embargo Pixar ha conseguido crear en WALL-E una fantasía distópica apta para todos los públicos. Porque WALL-E es, aparentemente, el típico producto de cine familiar a la que la factoría Disney nos tiene acostumbrado, pero ese producto de cine familiar incluye una importante componente de concienciación.

Y es que, mas allá del evidente mensaje ecologista, WALL-E es una invitación a saltarnos las normas cuando estas nos impiden cumplir nuestro destino. Normas que pueden estar bien para una máquina, pero que en un humano pueden significar un grave empobrecimiento de su existencia.

Allá donde aparece WALL-E actúa como una pastilla roja poniendo patas arriba los estrictos protocolos de la nave Axiom, introduciendo el libre albedrío allí donde las opciones no es que no existieran, sino que ni siquiera se planteaban.

Quizá el primero en someterse a esta capacidad disruptiva de WALL-E es el pequeño MO cuando tiene que enfrentarse a un dilema ¿debe seguir las reglas y no desviarse de las rutas trazadas o debe hacer aquello para lo que ha nacido?






MO podría haber elegido la vía sencilla: obedecer las normas, seguir las rutas programadas e ignorar cualquier otra responsabilidad. Sin embargo, y sin que nadie le obligue, decide saltarse las normas para cumplir con su conciencia.

Tampoco escapa a su influencia Mary, que comienza a observar el mundo por si misma cuando WALL-E le retira bruscamente la pantalla que tenía constantemente ante sus ojos. Mary, a su vez, hace lo mismo que John: el efecto disruptor de WALL-E parece ser contagioso.

Pero sin duda el cambio mas duro lo sufre el capitán de la Axiom, que debe elegir entre continuar con su cómoda vida de siempre o arriesgarlo todo para ofrecer a la humanidad una nueva oportunidad. La lucha entre el capitán McCrea y el piloto automático Auto adquiere así tintes épicos, reeditando la lucha por la supervivencia que libran Dave Bowman y HAL 9000 en 2001, una odisea espacial, paralelismo destacado en el film al incluir en dicha secuencia la composición Así habló Zaratustra y al incluir en Auto el ojo de HAL 9000. Es la eterna lucha entre el hombre y la máquina, entre el creador y su criatura.



Y mientras el heroe salva al mundo no se olvida de conquistar a la chica, porque en una sociedad tan deshumanizada como la Axiom WALL-E es el último reducto del romanticismo, capaz de enamorar incluso a la sofisticada EVA con su deliciosa mezcla de ternura, valor y sencillez. Todo un mérito para alguien cuya única referencia sobre el amor es una vieja copia en VHS de Hello Dolly.




Por todo esto cabría calificar a WALL-E, mas que como una pastilla roja, como una gominola roja para todos los públicos.

sábado, 21 de marzo de 2009

CINE FÓRUM

LA BUTACA DEL MURCIÉLAGO

WALL-E O EL MURO ELECTRÓNICO

19/03/2009

Una vez más, a través del cine, se oye un mensaje en la sala contra la monotonía de la uniformidad. Se nos vuelve a invitar a desviarnos del camino trazado. Se nos invita a vestirnos de rojo cuando lo que está mandado es vestirse de azul. Un clamor contra la ciega obediencia. Un nuevo aviso de alarma por este mundo que matamos, en el que vivimos. A través de la pantalla se cuestionan las pantallas.
Podemos plantearnos qué hacer con la basura y/o plantearnos por qué hacer basura. El pequeño robot empacador de residuos sabe qué hacer con la basura: artísticas torres, altas como rascacielos; o colección de juguetes. Nosotros sabemos que hay que hacer basura porque la producción de basura es la base del sistema económico de los países ricos. Basura en cacharrería por la que pagamos ingentes sumas de dinero y energía, y basura mental de complacientes distracciones por las que también pagamos un precio muy elevado.
En el mundo feliz de la nave Axiom una miríada de autómatas está entregada al cuidado de los seres humanos, que conforman la sociedad del sin-esfuerzo, el letargo, la falta de curiosidad, el consumo conformista, la cháchara tópica. Es la sociedad del súper-bienestar. La tecnología ha alcanzado un desarrollo tal que todas las tareas onerosas recaen en máquinas. Los hombres no tienen nada que hacer, salvo dejarse hacer para seguir haciendo la misma nada que setecientos años atrás. La vida de los humanos de la Axiom es vacación perpetua, perenne estado embrionario.

No hay dolor en la Axiom. Acaso por eso no hay placer. No hay trabajo ni castigo, tampoco humor ni diversión. Sólo una ley que obedecer: sé feliz. Pero no puede haber felicidad si es por obligación: feliz y forzoso son términos que se excluyen.
El pequeño robot empacador ocupa el escalafón más bajo en la jerarquía de los autómatas. Su oficio es el menos valorado: ¿quién querría ser empacador de basura –si nos dieran a elegir- pudiendo ser cualquier otra cosa? Sin embargo, es su condición lo que le ha garantizado la supervivencia en la Tierra, el reino de la basura. Y entretanto ha desarrollado además algunas habilidades humanas que por contra han perdido los humanos que orbitan por el espacio. El robot hace lo que hacen los niños: imita y juega, y nunca toma el mismo camino, aunque repita mil veces ¿el mismo movimiento? Hace lo que los humanos: se enamora. Sus manos de metal buscan las manos de metal amadas.
Es como una varita mágica sucia y tosca, pero no por eso menos eficaz. Por dondequiera que pase transformará todo aquello con lo que tropiece. Cualquiera que entre en contacto con él despierta de su abotargamiento e insensibilidad. Y todo lo que florece a su paso pasa por ese trance sin que él lo pretenda siquiera.
El viaje del pequeño robot cúbico es un viaje romántico. El amor es el motor de la aventura.
Y una vez más seguimos la historia del pez chico que se come al grande. El mundo al revés. Un sueño que se repite desde el comienzo de la Historia. El salvador, ahora transfigurado en robot eremita humanizado, contra el deshumanizado Imperio del Consumo: Buy-N-Large. ¿Serán las Empresas los verdaderos Estados?
En cambio los hombres ya no saben caminar solos. Han sido alienados por la idea de felicidad que una marca ha sabido vender. Poder absoluto de BnL. Pero la dificultad, el escollo, hace acto de presencia en la cabina de mando de la Axiom. El capitán -y con él la Humanidad- tiene que ponerse en pie con sumo esfuerzo, volver a dar sus primeros pasos, como el primate de Odisea 2001.
El desarrollo tecnológico ha conducido a los seres humanos a un proceso de regresión. Un muro electrónico y virtual los aísla a unos de otros. Gracias a la existencia de un rudimentario robot y un retoño de planta, los adultos-bebés pueden abandonar el piloto automático de sus vidas y luchar contra la esclavitud de la dependencia de un superior. Quizá no haya otra oportunidad. Renacer o morir.
Si uno todavía es niño querrá ver una y otra vez la tierna historia animada de Wall-e, aunque no sepa por qué. Si uno ya no es tan niño se quedará pensando aquello de lo que nos advierte Wall-e.
El de la Axiom fue un viaje con retorno. ¿Qué clase de viaje es el nuestro?