martes, 2 de diciembre de 2008

Encrucijadas

Como en cada ocasión en la que realizamos una sesión de cine fórum, un murciélago muy peculiar nos deja su opinión en el tablón del Nocturno. Nuestro anónimo murciélago suele sintetizar magistralmente las ideas más sugerentes que nacen del debate que hay tras la película; pero, sobre todo, nos invita a seguir meditando tras la película, tras el debate, sobre aquello que hemos visto, pensado, escuchado, compartido...

El escrito del anónimo murciélago es, además, valioso por sus opiniones sobre la enseñanza. A mí no se me ocurre mejor manera de inaugurar este blog que publicarlo:

ENCRUCIJADAS


Sobre las sesiones del Cine Fórum no es infrecuente que se pose un interrogante acerca de su utilidad. Hay quien piensa que acudir allí es sencillamente perder el tiempo. Las urgencias de nuestra cotidiana rutina imponen ese parecer. A fin de cuentas, ¿a qué va uno a un instituto, si no a obtener un título, que es lo que importa? Dicho de otro modo, ¿en qué puede contribuir el Cine Fórum a la adquisición del grado académico? Si todavía se pagara la participación con la moneda de la calificación numérica...

Los que allí acudimos sabemos que el Cine Fórum no es una actividad propiamente académica. Carece de la presión del examen y el rendimiento de cuentas. No hay necesidad de gendarme ni tentación de burlar vigilancias. Los asistentes se reúnen con la única intención de pensar juntos, de descubrir lo que los otros descubren, de ayudarse a mirar. Y para eso es imprescindible que nadie se sienta obligado a estar.
Nuestro Cine Fórum es una propuesta contra la rutina, y eso es algo que debemos poner al alcance de cualquiera: quien quiera que lo tome.

Ayer tarde nos dejamos llevar a y por El laberinto del Fauno, de Guillermo del Toro, película que, bajo apariencia de inocente cuento de hadas, encierra una exposición durísima de la realidad. Pudimos comprobar que es posible hacer muchas lecturas de una misma cosa. Y también que quedarse en el nivel de me gusta / no me gusta es contentarse con muy poco. Coincidimos en que Guillermo del Toro emplea dos lenguajes distintos: el descarnado del naturalismo (hubo quien consideró innecesaria tanta explicitud de brutatidad) y el fabuloso de lo fantástico (en general agradable a la vista y el oído por su eficacia estética). Así pues, lo primero que se pregunta el espectador es si se nos cuentan dos historias diferentes, y hasta cierto punto independientes, o es la misma narrada en términos opuestos y extremos. Y ardua es la labor de averiguarlo.

Hemos asistido a una guerra entre la fantasía y la realidad, la infancia y la adultez, los perdedores y los vencedores, los inocentes y los culpables, la libertad y la opresión.

Hemos visto cómo afrontan la misma adversidad distintos caracteres y hemos presenciado en qué medida el miedo a unos los hace valientes y a otros cobardes.

Hemos tenido la impresión de que detrás de los actos humanos hay siempre una historia profunda, y que esa historia está a menudo enterrada y olvidada, pero presente en ausencia.

Nos pusimos a jugar al juego de las interpretaciones. Como si ante nosotros tuviéramos un libro de hojas en blanco sobre el que aparecen por arte de magia múltiples opciones de lectura. Ofelia (ese nombre exótico y trágico) es la niña que será siempre niña porque la muerte real impedirá que crezca en el mundo de los hombres, impedirá que conozca el dolor y el sufrimiento. Ofelia será siempre inocente, sobre todo porque nunca consentirá que se derrame la sangre de ningún inocente a cambio de obtener los beneficios de su prosperidad personal. Ofelia será inmortal en la fantasía, junto con las demás criaturas del reino subterráneo que no conocen la vejez y el dolor.

Pero Ofelia no es sólo la niña que no será mujer, sino también la feminidad haciendo frente a la masculinidad. Y es acaso la idea de la libertad contra la tiranía del Poder. Porque la historia nos habla de una España que hubo. Una España rota y dominada por la fatiga, el dolor y el miedo. Una España que se echa al monte, que penetra en sus entrañas. Una España de alguaciles y violencia. Una España oscura. Cuando, tras casi dos horas de cinta, sentimos toda la amargura del desenlace, una última escena nos deja un poso de luz: una flor blanca floreciendo en un tronco seco. Para quien sepa a dónde mirar.

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