La pastilla roja ha pasado a ser una metáfora del despertar a la realidad desde que Neo tuvo que elegir entre una pastilla roja y otra azul. La azul le permitiría seguir viviendo en la realidad simulada de Matrix, mientras que la pastilla roja le haría despertar a la realidad y escapar de la manipulación a la que su mente había estado sometida hasta aquel momento.
Muchas de las distopías de la literatura y el cine cyberpunk intentan ser pastillas rojas que despierten la conciencia del público. Suelen ser historias muy crudas para hacer mostrar las miserias que la sociedad oculta mas allá de sus luces de colores y, debido a esta crudeza, no es fácil dirigir estas historias hacia un público infantil.
Sin embargo Pixar ha conseguido crear en WALL-E una fantasía distópica apta para todos los públicos. Porque WALL-E es, aparentemente, el típico producto de cine familiar a la que la factoría Disney nos tiene acostumbrado, pero ese producto de cine familiar incluye una importante componente de concienciación.
Y es que, mas allá del evidente mensaje ecologista, WALL-E es una invitación a saltarnos las normas cuando estas nos impiden cumplir nuestro destino. Normas que pueden estar bien para una máquina, pero que en un humano pueden significar un grave empobrecimiento de su existencia.
Allá donde aparece WALL-E actúa como una pastilla roja poniendo patas arriba los estrictos protocolos de la nave Axiom, introduciendo el libre albedrío allí donde las opciones no es que no existieran, sino que ni siquiera se planteaban.
Quizá el primero en someterse a esta capacidad disruptiva de WALL-E es el pequeño MO cuando tiene que enfrentarse a un dilema ¿debe seguir las reglas y no desviarse de las rutas trazadas o debe hacer aquello para lo que ha nacido?
MO podría haber elegido la vía sencilla: obedecer las normas, seguir las rutas programadas e ignorar cualquier otra responsabilidad. Sin embargo, y sin que nadie le obligue, decide saltarse las normas para cumplir con su conciencia.
Tampoco escapa a su influencia Mary, que comienza a observar el mundo por si misma cuando WALL-E le retira bruscamente la pantalla que tenía constantemente ante sus ojos. Mary, a su vez, hace lo mismo que John: el efecto disruptor de WALL-E parece ser contagioso.
Pero sin duda el cambio mas duro lo sufre el capitán de la Axiom, que debe elegir entre continuar con su cómoda vida de siempre o arriesgarlo todo para ofrecer a la humanidad una nueva oportunidad. La lucha entre el capitán McCrea y el piloto automático Auto adquiere así tintes épicos, reeditando la lucha por la supervivencia que libran Dave Bowman y HAL 9000 en 2001, una odisea espacial, paralelismo destacado en el film al incluir en dicha secuencia la composición Así habló Zaratustra y al incluir en Auto el ojo de HAL 9000. Es la eterna lucha entre el hombre y la máquina, entre el creador y su criatura.
Y mientras el heroe salva al mundo no se olvida de conquistar a la chica, porque en una sociedad tan deshumanizada como la Axiom WALL-E es el último reducto del romanticismo, capaz de enamorar incluso a la sofisticada EVA con su deliciosa mezcla de ternura, valor y sencillez. Todo un mérito para alguien cuya única referencia sobre el amor es una vieja copia en VHS de Hello Dolly.
Por todo esto cabría calificar a WALL-E, mas que como una pastilla roja, como una gominola roja para todos los públicos.
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